Hay Semanas Santas que recuerdo por diferentes motivos.
Allá en el pueblo de León donde las mujeres íbamos separadas
con la procesión de la Virgen y los hombres por otro para juntarnos en la plaza
y hacer el encuentro. Todos juntos de nuevo a la Iglesia y ese Miserere
a capela que aún retumba en mi cabeza… eee,eeeee,eeeee.
Ahora sé que ni
siquiera sabían la letra en latín a pesar de llevar un viejo libro en sus
manos. De oído.
Luego a recorrer los bares y “matar judíos” bebiendo esa
limonada rica con pastas hechas en casa mientras discutíamos cuál estaba mejor. Al final ya no sabíamos a quién matábamos ni quiénes éramos.
Años más tarde descubrí la andaluza allá en Cádiz. Viví la
pasión y devoción de toda aquella gente que se preparara durante un año para su
estación de penitencia. Las lágrimas en caso de no salir, el esfuerzo, la
belleza de los pasos, la emoción de un momento en la calle Misericordia en el
Puerto de Santa María.
La fuerza de una imagen, el olor a incienso, la cera de
las velas cayendo al suelo.
La música removiéndote hasta la última célula de tu ser. Las
cornetas, los clarinetes y trompetas. Tambores que retumban en tu cabeza. El baile de los
pasos al son de las notas. La “levantá” y el corazón volando. Lágrimas de emoción.La saeta que rasga.
Pasados estos años tuve la oportunidad de cumplir una
promesa hecha hace 20 años y me atreví. Salí de penitente acompañando al Cristo
de la Columna un miércoles Santo.
Salí a las 19:00 hrs
con mi bastón debido al problema
de rodilla y me recogí a las 02:00 hrs. Para mí esa experiencia sin ser particularmente católica practicante fue muy enriquecedora. Confieso
que en esas horas hice voto de silencio
y ni siquiera cuando el capataz se preocupaba por mi estado y mi rodilla lo rompí. Solo
asentía con la cabeza de igual manera que cuando aquellos chiquillos de la
cofradía me ofrecían agua durante el
recorrido.
Sencillamente fue un encuentro conmigo misma que agradezco
enormemente a la Hermandad por ofrecerme
esa oportunidad. Aguantó mi rodilla y aguanté yo junto con mi amiga Teresa.
Al entrar en la
iglesia y con puertas cerradas pudimos descubrir
nuestros rostros (antes no estaba permitido) nos abrazamos y lloramos.
Luego, sencillamente, entramos en el único pub que estaba
abierto para tomarnos algo y compartir experiencias.
Semanas Santas especiales por distintas causas, en lugares
diferentes y con personas que sencillamente estaban a mi lado en ese momento.
Y así han pasado estos días y semanas. Entre emociones,
recuerdos, pasiones y alguna lágrima furtiva. Del mismo modo que las siguientes
llegarán. Y que no falten.