Ni siquiera sé si fue primera vez o una anterior a miles de
estas. Sólo sé que cuando te vi en una calle céntrica de cualquier ciudad que
se me ocurra ya te había visto anteriormente. Es más, ya te había tomado de la
mano, te había besado sin reparo y me había encontrado en tu mirada.
De nada me valió lo anterior porque esta primera vez recordada en mi
memoria se convirtió en cualquier otra previa a ésta y por lo tanto, cualquier
recuerdo se disolvió en la saliva que tragué al verte.
La situación era de lo más normal: cena en casa de amigos
comunes y presentación oficial. Me resistí a esta cita días y días perdidos en el salón de
mi casa extraviada entre internet y
búsquedas de mensajes en el teléfono que era el huésped mudo de mi salón las
últimas semanas.
Llegué de las
primeras con un par botellas de vino elegido para que se pueda soñar entre copa
y mucho más después de dos tras hablar con mis anfitrionas y comentar el menú.
María una excelente cocinera y Marta es
la anfitriona perfecta. Tras la bienvenida pertinente ayudo a preparar la mesa
mientras me ponen al día de los asistentes. Otra pareja y una amiga de unos amigos que acaba de llegar
a esta ciudad que hoy es mía y que puede ser cualquiera vuestra. Sinceramente
me suena a una de esas citas a ciegas con la excusa perfecta para que conozca
gente ella y para que me saquen de mi casa
tras esa historia mía que intento
olvidar.
No espero nada salvo una cena agradable. Dejé las ilusiones
en el contestador de mi teléfono para
escucharlas cuando regresa esta noche. De algo tengo que vivir.
A la hora exacta ese timbre con melodía desconocida suena.
Agarro mi copa de vino sabiendo que eres tú pero no puedo abrir la puerta pues
hoy soy invitada. El corazón sabe que te espero y la mente intenta hacer un
puzzle con las siguientes piezas. ¿Me habré olvidado de buscar la pieza que
busco?
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