Una cosa que debo aprender es gestionar mis propios sentimientos y sobre
todo mis elecciones a la hora de hablar
de sensibilidades.
Año tras año llegan decepciones que una debe saber, (o por
lo menos intentar) paliar para
auto-administrarse píldoras de sedación que ayuden a llevar los desengaños.
Es verdad que a veces parece que estás viviendo en la película
El Día de la Marmota y todo se repite día tras día sonando la alarma del maldito reloj y teniendo la
misma sensación: Que vas a vivir las mismas situaciones una y otra vez sin
posibilidad de cambiar nada, sin tener una luz que te ayude a vislumbrar lo que
intuyes pueda sea el final de esta andadura.
Luego, tranquilamente, te acuestas confiando en que mañana
será otro día y tu despertador te
abofetea a la misma hora y con la sensación amarga en el despertar que todo
será igual.
Tras la ducha te vistes de gladiador con todas las armas
inimaginables y te diriges al circo en
el que ha convertido tu vida para luchar con todo aquello que sale del interior
de las mazmorras.
Ahora un compañero con
el cuchillo entre los dientes, un amigo vestido de león que te ruge al mirarte,
un jefe convertido en Espartaco por sorpresa con autorización del César, una cuadriga llevada por cuatro amigos y
dirigida por la amiga que te ha escuchado llorar mil y una veces.
Si logras vencer eso
aparece la íntima que creías infalible flanqueada por dos tigres de
bengala para decirte que sigas confiando
en ella.
No me da tiempo a recuperarme, ni siquiera a recobrar el aliento de la lucha anterior
cuando de nuevo tengo que hacer un
intento para saber cómo reaccionar.
Puedo ver que el público jalea sus nombres y que, incluso, sacan pancartas con palabras de ánimo.
Puedo
notar cómo de alguna manera todo está en contra mía. Hasta la brisa inexistente que se
levanta hace que la arena del coliseo me
ciegue haciendo más difícil mi tarea.
Puedo ver y notar todas esas cosas.
Apreciar que la gente en
la que confiaba y aprecio cambia de túnica y se vuelve de otro color que no es
el mío. Me percato de cambios que no
contemplaba y que ahora hacen que me plantee la “lucha “de otra manera”. La solución puede ser quedarse
desnuda y no llevar color.
Se palpa el ansía de sangre. Percibo las ansías de yo gano y
tú te quedas aquí, adivino las intenciones de yo más que nadie, la codicia de
estar un escalón más arriba, el anhelo de una victoria pírrica , el deseo de
salir ganando de este circo que no deja de ser un laberinto en el que nos
perdemos.
Es hora de decidir cómo tramitar tanta información y tanta desazón.
Lo primero es no poner a la misma hora ese despertador de todos los días.
Cambiar
una pauta que acabe por modificar el resto del día. Es el momento de no llevar
tono en cada palabra, en cada prenda, de ser incolora con la bandera
multicolor al aire.
Es tiempo de soltar
toda arma en la arena y levantar la cabeza para salir por la puerta blindada
del coso donde te han metido y que sin dudad se abrirá. La etapa de limpiarte de
lo que te sobra y dejar sitio libre para lo que ha de llegar.Aire fresco.
El ciclo ha de
cerrarse. A pesar del clamor de las gradas y de los reclamos de quienes se
quedan en el foso esperando el momento
para atacar o luchar.
Es el momento perfecto para que me reclame a mí misma de nuevo que la
elección la tengo yo. Y voy a decidir que no merece la pena porque hay cosas más
importantes.
En definitiva, todo se reduce a una cosa, querer vivir o
querer morir. Yo ya sé lo que quiero.
PATRICIA ELLENIUS
ResponderEliminarEn definitiva, todo se reduce a una cosa, querer vivir o querer morir. Yo ya sé lo que quiero.!!
Y tanto que si amiga! Un abrazo
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