Vivo en un pueblo de 500 habitantes de los que debo conocer 100 como mucho, aunque si digo 60 seguro que exagero.
Es un pueblo pequeño con una calle principal y dos a los lados de ésta, calles paralelas y poco más, pero entre casa y casa de piedra existen 60 centímetros para asomarte y encontrarte con un abismo al que yo miro sin acercarme.
En este lugar me despierta el reloj de la Iglesia que da las horas en punto, y dos toques en las medias. Canta el gallo al amanecer y cuando abro la ventana de mi habitación abuhardillada veo un nido de cigüeñas en el tejado de enfrente. Por si acaso no la abro mucho pues quizás un amanecer de estos se me cuelan entre las sábanas.
Suelo pasear un rato por las mañanas y otro a media tarde, 400 metros calle arriba y otros tantos al contrario, que no hay para más. Aquí huele a leña , a carbón de chimenea y cocinas de las de antes, aquí se sale a la puerta de casa con la silla si hay buen tiempo.
Es de esos lugares donde dices buenas tardes aunque no conozcas, saludas aunque sea un simple gesto con la cabeza. Las puertas de las casas están abiertas y puedes ver los troncos apilados, las cocinas de antaño como si retrocedieras 30 años.
Aquí también huele a pimientos asados en la puerta del garaje sin placa de prohibido aparcar, a castañas asadas, se perciben las consultas que no se atreven a hacer mientras te miran preguntándose quién eres. En tardes como hoy te regalan nueces desde un balcón que recogieron esta misma mañana.
Inmediatamente te encuentras con los bares del cigarro en la comisura de los labios mientras se juega un “subastao” o un julepe. Pequeños bares de café con gotitas de orujo en la mañana, chupito al mediodía y mus de la noche con copa a 3€.
Sí, este es un pequeño pueblo donde las mujeres salen a la calle en pijama y van a buscar el pan en zapatillas de andar por casa, donde el tiempo parece que se paró pero sigue avanzando lentamente colándose entre alguna lluvia de otoño, entre el rocío de la mañana, entre pizarra y piedra.Entre las canas que brotan aún no siendo primavera.
Como estoy perdiendo la noción del tiempo y espacio, a veces me pregunto cuánto tiempo llevo aquí. Me olvidé de nuevo que en algún momento borré de la memoria eso de contar minutos, me basta con disfrutarlos. Eso sí, muy lentamente que es cómo mejor saben las cosas.
Es un pueblo pequeño con una calle principal y dos a los lados de ésta, calles paralelas y poco más, pero entre casa y casa de piedra existen 60 centímetros para asomarte y encontrarte con un abismo al que yo miro sin acercarme.
En este lugar me despierta el reloj de la Iglesia que da las horas en punto, y dos toques en las medias. Canta el gallo al amanecer y cuando abro la ventana de mi habitación abuhardillada veo un nido de cigüeñas en el tejado de enfrente. Por si acaso no la abro mucho pues quizás un amanecer de estos se me cuelan entre las sábanas.
Suelo pasear un rato por las mañanas y otro a media tarde, 400 metros calle arriba y otros tantos al contrario, que no hay para más. Aquí huele a leña , a carbón de chimenea y cocinas de las de antes, aquí se sale a la puerta de casa con la silla si hay buen tiempo.
Es de esos lugares donde dices buenas tardes aunque no conozcas, saludas aunque sea un simple gesto con la cabeza. Las puertas de las casas están abiertas y puedes ver los troncos apilados, las cocinas de antaño como si retrocedieras 30 años.
Aquí también huele a pimientos asados en la puerta del garaje sin placa de prohibido aparcar, a castañas asadas, se perciben las consultas que no se atreven a hacer mientras te miran preguntándose quién eres. En tardes como hoy te regalan nueces desde un balcón que recogieron esta misma mañana.
Inmediatamente te encuentras con los bares del cigarro en la comisura de los labios mientras se juega un “subastao” o un julepe. Pequeños bares de café con gotitas de orujo en la mañana, chupito al mediodía y mus de la noche con copa a 3€.
Sí, este es un pequeño pueblo donde las mujeres salen a la calle en pijama y van a buscar el pan en zapatillas de andar por casa, donde el tiempo parece que se paró pero sigue avanzando lentamente colándose entre alguna lluvia de otoño, entre el rocío de la mañana, entre pizarra y piedra.Entre las canas que brotan aún no siendo primavera.
Como estoy perdiendo la noción del tiempo y espacio, a veces me pregunto cuánto tiempo llevo aquí. Me olvidé de nuevo que en algún momento borré de la memoria eso de contar minutos, me basta con disfrutarlos. Eso sí, muy lentamente que es cómo mejor saben las cosas.
Me gusta mucho como escribes y describes tu lugar en el mundo.
ResponderEliminarYo vivo en una ciudad,no es muy grande,pero añoro el pequeño pueblo en que pasè parte de mi niñez.Me gusta siempre que puedo hacer turismo rural,me entusiasman los pequeños pueblos,me siento agusto en ellos.
Abrazos.
con que delicadeza se siente este pueblo ... yo tambien he vivido en la ciudad entre la aglomeracion y la polucion toda mi vida , ahora vivo en un puieblo, no como el tuyo pero si mas recojido de la gente y mas ameno en lo humano , doy gracias por tomar la decision de alñejarme del bullicio , del transito de los coches y de las miles de personas que tropiezan mientras caminas , aki no hay ritmos sino pausas y aunque la vida sigue igual con sus horarios y circustancias, todo es distinto .
ResponderEliminarun saludo enorme , felicidades por espresar y compartir
Castañas, nueces y olor a leña...un pueblo fragante de aromas.
ResponderEliminarTengo un lema que repito cuando camino apurada por cualquier menester: 'Vivir sin prisa'. Es una reflexión que los paseantes pueden hacer cuando notan que su ritmo es el de las grandes ciudades, apurados apretando el paso por los que van detrás y a los costados. 'Vivir sin prisa' y el cuerpo se relaja instantánea y obedientemente.
En tu pueblo, Guardiana, la rutina cambiante la dan los viajeros, aquellos que se hospedan una noche y luego siguen caminando. Seguro que por su cansancio instalado luego de larga marcha en el Camino de Santiago -y sus muchos deseos y sueños-, tienen incorporado esta leyenda: 'Vivir sin prisa'
Te regalo ese milagro.
((Un beso))
Qué bonito, Guardiana, un pueblo de los de antes de los que ya casi no quedan. Yo, que vivo entre el ruido y el tráfico de una capital, siento envidia sana.
ResponderEliminarUn pueblo de los de antes sí,Mustard.Aquí os espero para que lo disfrutéis.
ResponderEliminarGracias a todos por los comentarios
A mí también me produces un poquito de envidia Guardiana, en Madrid hay días en los que deseas dejarlo todo y marcharte a un sitio como el que describes. Un beso grande, me gustó mucho tu relato
ResponderEliminaranonimo dijo:
ResponderEliminarTu tía dice que manda comentarios y que nunca le salen publicados.
Hola, creo que es bonito, volver, a recordar lo que nosotras vvivimos, en la infancia, y no estar como estamos ahora todo el dia pendiente del puto reloj, si llego no llego.
ResponderEliminarSabes la pena que tengo, que mis hijos la infancia que nosotras vivimos no lo van a vivir, pero me quedo con nuestra infancia, disfruta por nosotras de esos recuerdos del pueblin, te echamos mucho de menos y te queremos, cuidate.
Hola guardiana de ese faro particular.
ResponderEliminarYo vivo en un pueblo pequeñito, provincia limítrofe con la tuya y a veces, cuando me acuesto sobre la cama, al final del día, me pongo a pensar en cierto modo, sobre lo que esconden las pequeñas calles de estas poblaciones. Cuando voy a mi trabajo, por las mañanas, me encuentro rodeada de gente (24 trabajadores) y chavales, (no demasiados). Cada uno enfrascado en su mundo y no pensando que habrá más allá de mi pared exterior, de mi muro. Observo a mis compañeros, me creo mi propio muro irreal, y no dejo que nadie me conozca más allá de lo puramente profesional. Porqué? me da miedo que sepan alguna verdad de mi misma? pues si es verdad, porque tener ese miedo? por las calles paseo, entre tiendecitas pequeñas, y aldeanos. Gente que viene a pasar dos días a las casas rurales, o pocos vecinos que se cruzan contigo. Alguien se pondrá a pensar más allá sobre lo que ve? parece que me he refugiado en este pueblo, que llevo una doble vida, entre comillas, aquí. Se respira una paz impresionante, la vida se ralentiza, se disfruta más, se le sonríe; y sin embargo, aún así, no consigo mostrar del todo, mi verdadero yo...
Me encanta la forma en que describes tu entorno. Tengo 19 años de los cuales 16 los viví en mi pueblo y te diré que el entorno en el que viví no difiere en mucho del que tu nos relatas.
ResponderEliminarMe alegra Camilo que hayas disfrutado así de algo que ya es parte de tí.
ResponderEliminarregesa a mi Faro cuando quieras