"Posiblemente este hombre es absurdo. Sin embargo es menos absurdo que el rey, que el vanidoso, que el hombre de negocios y que el bebedor. Al menos, su trabajo tiene un sentido. Cuando enciende su farol, es como si hiciera nacer una estrella más, o una flor. Cuando apaga su farol, se duermen la flor o la estrella. Es una ocupación muy linda. Es verdaderamente útil porque es linda."
Antoine de Saint-Exupéry


miércoles, 25 de noviembre de 2009

Voluntad y goma de borrar



Esto de la voluntad debe ser algo caprichoso o en su defecto debe nacer de bien adentro, aunque aún no sé cual es mi profundidad en cuanto a ella.

La tuve para adelgazar a pesar de las apuestas que tenía en mi contra, y lo hice.Realicé medio camino del trazado pero algo es algo.

Mi voluntad se perdió a la hora de dejar de fumar, principalmente porque es algo que me gusta y que en estos momentos no me planteo. Reconozco que no tengo tanta intención para adelgazar y dejar el cigarrillo a la vez. Las cosas por partes, una por una, todo a su tiempo que me aturullo.

Esta tarde en la que llueve perezosamente en este lugar donde los días se deslizan sin hablar pero pesando como piedras de esta pizarra que me rodea, pienso en la voluntad que nace de una pastilla para dormir , pastilla feliz ó de unas horas bajo un edredón nórdico.

Me acuesto en circunstancias más bien malas con el arrojo de hacer mi maleta roja (ya hablaré de esta otro día) a primera hora y largarme de aquí. Pero mi voluntad debe renovarse esa noche para que a la mañana siguiente me duche, me vista y me presente con mi mejor cara en el trabajo. La misma cara que por el momento mantengo intacta.Por el momento, que ganas y muchas hay de partirla en trozos para meterla en un botillo Denominación de Origen.

No sé si es voluntad u orgullo lo que queda de una misma para aguantar al más impresentable de los jefes en un lugar al que no pertenezco y al que no me dejan corresponder porque tienen miedo a que sepa demasiado, o demasiado poco, quién sabe. La palabra clave debe ser demasiado.

Tras este mes medio creo que mi tesón se reproduce sin saber muy bien cómo y por qué, pero por si acaso decidí comprarme una goma de borrar que no venden en papelerías de niños ni mayores de 18 años con privilegio de protestar en establecimientos con derecho de admisión caducado.

Una goma de borrar que tache a los indecentes personajes que me rodean como si fuera yo, en el mejor de los casos, la dibujante de un cómic absurdo e irreal, en una escena surrealista que no se quiere vivir, que está mal dibujada. Corregir ese paisaje que sobra, que no cuadra en el conjunto de la vida que has soñado.

Hoy mi tesón está quebrado y perdido en las grietas de la piedra que pensaba que nunca se puede despedazar, la misma que me vendían esta mañana pulida y envejecida como las muchas canas que siembran mi pelo desde que vago por este proyecto de paraíso sin acabar.

De mi bolsillo saco mi goma mágica de borrar para que todo vuelva a su lugar. Debe ser la niebla que ha bajado con esta lluvia absurda que me impide corregir este paraíso indefinido a un purgatorio soportable. Hoy es día de infierno imprevisible.

Esta noche le sacaré punta a mi goma porque mañana intentaré deshacer todo esto y volver a mi lugar. Que no quede por voluntad…, ni por goma.



martes, 10 de noviembre de 2009

Entre muros y huevos fritos


El lunes la cocina donde trabajo está cerrada, por lo que me fui a cenar a una bodeguita del pueblo recomendada por mucha gente.

Es esta una bodega de chimenea, manteles de papel, y algún mosquito que merodea con tanto afán que acaba en la copa de un vino cosechero que no está nada mal y que quito tranquilamente con un palillo porque lo que no mata engorda.

La señora, esa que ya no cumple otra vez 60, me conoce y me ha preparado mesa. Al sentarme no me pregunta lo que voy a cenar, que allí es especialidad, me planta la botella de su vino y me dice que me pone ella lo que quiera. Cualquiera dice nada, y mientras pienso eso me trae un plato de chorizo casero y una bandeja de pan de hogaza.
Una que se conoce y que va cenando como una mendiga (miento como una cosaca pero me queda bien), prueba el chorizo y se lo acaba acompañado de una enorme ensalada de lechuga y cebolla de la huerta de los propietarios.

La sorpresa es cuando llega otra mesa con el entrenador y algunos jugadores locales que al parecer van a cenar mucho allí. Escucho la conversación mientras Marcelina me planta un plato de patatas fritas y dos huevos de corral, la especialidad de la casa.

Es entonces cuando hago mi papel de mendiga comiéndome las patatas y los huevos, eso sí, mojando mi pan y mis patatas mientras en el parte (este pueblo es de parte a las tres de la tarde y a las nueve de la noche en la primera de la tv) ponen el aniversario de la caída del muro de Berlín.
Y una que anda sensible últimamente se emociona al recordar dónde estaba hace 20 años y todo lo que ha ocurrido, y tanta es la emoción que los ojos se empañaron justo cuando Marcelina vino a retirarme el plato y quedó encantada porque creyó que ese asomo de lágrimas era por sus huevos. No quise llevarle la contraria mientras pensaba en la cantidad de muros que levantamos a diario y que algunas veces resulta tan difícil desarmar.


Mientras me tomaba el café de puchero y miraba la botellita de orujo que no probé, me pregunté cuantas veces me he pasado días y días levantando mi propio muro y cuántos meses y meses guardándolo para que nadie entrara, entre vigilias y cubos de cemento armado de miedos.

Finalmente al pagar, Marcelina y su marido Mariano me cobraron 7 euros, algo que me dio hasta vergüenza y dejé 9.Mientras regresaba a casa, pensaba en otro muro levantado, y otro caído, pensé en lo simple de unos huevos con patatas, pensé que algunas noches, basta con el poder de lo simple para que muchos muros caigan. Esta vez espero poder verlo, como el de Berlín hace 20 años.
Porque nunca es tarde para que sigan cayendo aquellos muros que separan y que coartan libertades.Porque nunca sabes cuando va a llega alguien y lo derrumba a base de caricias y besos.
Afortunadamente, aún soy libre para quedarme o para irme.

lunes, 2 de noviembre de 2009

Entre piedra y pizarra



Vivo en un pueblo de 500 habitantes de los que debo conocer 100 como mucho, aunque si digo 60 seguro que exagero.

Es un pueblo pequeño con una calle principal y dos a los lados de ésta, calles paralelas y poco más, pero entre casa y casa de piedra existen 60 centímetros para asomarte y encontrarte con un abismo al que yo miro sin acercarme.

En este lugar me despierta el reloj de la Iglesia que da las horas en punto, y dos toques en las medias. Canta el gallo al amanecer y cuando abro la ventana de mi habitación abuhardillada veo un nido de cigüeñas en el tejado de enfrente. Por si acaso no la abro mucho pues quizás un amanecer de estos se me cuelan entre las sábanas.


Suelo pasear un rato por las mañanas y otro a media tarde, 400 metros calle arriba y otros tantos al contrario, que no hay para más. Aquí huele a leña , a carbón de chimenea y cocinas de las de antes, aquí se sale a la puerta de casa con la silla si hay buen tiempo.

Es de esos lugares donde dices buenas tardes aunque no conozcas, saludas aunque sea un simple gesto con la cabeza. Las puertas de las casas están abiertas y puedes ver los troncos apilados, las cocinas de antaño como si retrocedieras 30 años.

Aquí también huele a pimientos asados en la puerta del garaje sin placa de prohibido aparcar, a castañas asadas, se perciben las consultas que no se atreven a hacer mientras te miran preguntándose quién eres. En tardes como hoy te regalan nueces desde un balcón que recogieron esta misma mañana.

Inmediatamente te encuentras con los bares del cigarro en la comisura de los labios mientras se juega un “subastao” o un julepe. Pequeños bares de café con gotitas de orujo en la mañana, chupito al mediodía y mus de la noche con copa a 3€.

Sí, este es un pequeño pueblo donde las mujeres salen a la calle en pijama y van a buscar el pan en zapatillas de andar por casa, donde el tiempo parece que se paró pero sigue avanzando lentamente colándose entre alguna lluvia de otoño, entre el rocío de la mañana, entre pizarra y piedra.Entre las canas que brotan aún no siendo primavera.

Como estoy perdiendo la noción del tiempo y espacio, a veces me pregunto cuánto tiempo llevo aquí. Me olvidé de nuevo que en algún momento borré de la memoria eso de contar minutos, me basta con disfrutarlos. Eso sí, muy lentamente que es cómo mejor saben las cosas.