"Posiblemente este hombre es absurdo. Sin embargo es menos absurdo que el rey, que el vanidoso, que el hombre de negocios y que el bebedor. Al menos, su trabajo tiene un sentido. Cuando enciende su farol, es como si hiciera nacer una estrella más, o una flor. Cuando apaga su farol, se duermen la flor o la estrella. Es una ocupación muy linda. Es verdaderamente útil porque es linda."
Antoine de Saint-Exupéry


miércoles, 16 de octubre de 2013

París, mon amour



-       -   Paris. Te vas a Paris Ana, el cliente quiere verte a ti y esto es lo que hay. Te he sacado billete para el jueves por la tarde, reunión viernes por la mañana y te regalo el fin de semana en París. Regresas el domingo.Se acabó la discusión.

Y mi jefe salió por la puerta del  despacho dejándome allí sola con un billete encima de mi mesa. ¿París? Mierda, tenía planes para este fin de semana con una nueva amiga. Si la llaman ciudad del amor debe ser porque hay que ir en pareja ¿no?

Y sin darme cuenta estaba ya en la fila para embarcar pensando en nada .Lo siguiente  fue descubrir que todo el mundo me miraba y aplaudía.  A mí. Y de pronto me vi con un gran cartelón de viajero 5 millones en la mano, fotos con el personal de la aerolínea y felicitaciones. Esto no me podía pasar a mí, no.
Lo siguiente fue la sonrisa de mis compañeros de vuelo y mi asiento en primera clase. Una copa de champán y la complicidad de la tripulación. Cuando lo contara en la oficina nadie se lo creería.

El sobrecargo amablemente me invitó a pasar a cabina cuando despegamos y yo decliné amablemente la invitación. Insistió diciendo que la comandante Blasco tenía mucho interés en que me acercara. ¿Una mujer?-pregunté. Si señorita. Ah, bien, pues entonces voy.

La cabina era un espacio más bien pequeño con multitud de botones y luces que me sorprendieron. Se veía perfectamente el cielo azul y alguna nube  por las pequeñas ventanas. Inmediatamente la comandante Blasco se giró para recibirme, una mujer de unos 40 años, morena con el pelo recogido en una simple coleta alta. A su lado el segundo, un chico de no más de 30 años al que prácticamente ignoré. Me senté donde me dijo ella, y amablemente me ofrecieron otra copa de champan.

Ella, Miriam, que así se llamaba, desgranaba los detalles de la navegación mientras me miraba y sonreía. Yo le devolvía las sonrisas y las preguntas. Mientras hablaba  con su compañero pude  hacer un repaso de mi comandante particular. Los pantalones negros masculinos se le ajustaban a la perfección  a sus caderas y sus muslos, y la camisa blanca de manga corta con los galones le daban un aire de superioridad que me embriagó. Siempre me han apasionado los uniformes. Dedos largos y manos bien cuidadas con un reloj de titanio y una pulsera de cuero. Nada más.

Me gustaba y mucho. Creo que yo a ella también por las atenciones que tenía y sobre todo por los roces y caricias que recibía. Cualquier excusa era buena para tomarme la mano y enseñarme algo, para que tocara algún botón. Mi piel se erizaba y ella volvía a sonreír dándose cuenta de ello. Me preguntó por mi viaje y cuantos días me quedaba en París. Otra copa de champán.       

Notaba como iba subiendo el alcohol a mi cabeza y mis sentidos a flor de piel. Perdí la noción del tiempo hasta que el segundo de a bordo me bajó de mi nube diciendo que tenía que salir al baño. Aquello era complicado, me tenía que levantar para que él saliera. Miriam aprovechó para ayudarme. Se cerró la puerta de la cabina con la comandante frente mí, su pecho rozándome y sus ojos preguntándome si quería seguir adelante. Las burbujas del champan decidieron por mí   y me encontré a 10.000 pies besándome con la comandante Blasco. Nuestras lenguas se entrelazaron buscándonos mientras nuestras manos exploraban lo que podían.

Dos minutos, dos minutos escasos en los que toqué el cielo. La puerta se abrió y el segundo nos encontró sentadas hablando de lo bonito que era París.  Presentía que aquello llegaba a su final, nos aproximábamos a la Ciudad de la Luz. Miriam me preguntó en qué Hotel estaba y regresé a mi asiento de primera agradeciendo la atención y con los ojos de ella diciéndome mil y una cosas que no pude procesar. Fin del vuelo.

Tras mi reunión del viernes regresé al Hotel y en recepción tenía una nota:“Estoy en la habitación 203, tengo todo el fin de semana libre en París. ¿Quieres descubrir la ciudad del amor conmigo? Miriam.

Lo que pasó, ya es otra historia.