"Posiblemente este hombre es absurdo. Sin embargo es menos absurdo que el rey, que el vanidoso, que el hombre de negocios y que el bebedor. Al menos, su trabajo tiene un sentido. Cuando enciende su farol, es como si hiciera nacer una estrella más, o una flor. Cuando apaga su farol, se duermen la flor o la estrella. Es una ocupación muy linda. Es verdaderamente útil porque es linda."
Antoine de Saint-Exupéry


miércoles, 15 de enero de 2014

El Día de la Marmota



Una cosa que debo aprender es  gestionar mis propios sentimientos y sobre todo mis elecciones a la hora de  hablar de sensibilidades.

Año tras año llegan decepciones que una debe saber, (o por lo menos intentar) paliar  para auto-administrarse  píldoras de sedación  que ayuden a llevar los desengaños.

Es verdad que a veces parece que estás viviendo en la película El Día de la Marmota y todo se repite  día tras día sonando  la alarma del maldito reloj y teniendo la misma sensación: Que vas a vivir las mismas situaciones una y otra vez sin posibilidad de cambiar nada, sin tener una luz que te ayude a vislumbrar lo que intuyes pueda sea el final de esta andadura.

Luego, tranquilamente, te acuestas confiando en que mañana será otro día y tu despertador  te abofetea a la misma hora y con la sensación amarga en el despertar que todo será igual.

Tras la ducha te vistes de gladiador con todas las armas inimaginables y te diriges al circo  en el que ha convertido tu vida para luchar con todo aquello que sale del interior de las mazmorras.

Ahora un  compañero con el cuchillo entre los dientes, un amigo vestido de león que te ruge al mirarte, un jefe convertido en Espartaco por sorpresa con autorización del César,  una cuadriga llevada por cuatro amigos y dirigida por la amiga que te ha escuchado llorar mil y una veces.

Si logras vencer eso  aparece la íntima que creías infalible flanqueada por dos tigres de bengala para  decirte que sigas confiando en ella. 
No me da tiempo a recuperarme, ni siquiera  a recobrar el aliento de la lucha anterior cuando de nuevo tengo que hacer  un intento para saber cómo reaccionar.

Puedo ver que el público jalea sus nombres  y que, incluso,  sacan pancartas con palabras de ánimo. 

Puedo notar cómo de alguna manera todo está en contra mía. Hasta  la brisa inexistente que   se levanta hace que la arena del coliseo  me ciegue haciendo más difícil mi tarea.

Puedo ver y notar todas esas cosas. 

Apreciar que la gente en la que confiaba y aprecio cambia de túnica y se vuelve de otro color que no es el mío. Me percato de cambios que  no contemplaba y que ahora hacen que me plantee la “lucha  “de otra manera”. La solución puede ser quedarse desnuda y  no llevar color.


Se palpa el ansía de sangre. Percibo las ansías de yo gano y tú te quedas aquí, adivino las intenciones de yo más que nadie, la codicia de estar un escalón más arriba, el anhelo de una victoria pírrica , el deseo de salir ganando de este circo que no deja de ser un laberinto en el que nos perdemos.

Es hora de decidir cómo tramitar tanta información y tanta desazón. Lo primero es no poner a la misma hora ese despertador de todos los días. 

Cambiar una pauta que acabe por modificar el resto del día. Es el momento de no llevar tono en cada palabra, en cada prenda, de ser incolora con  la bandera  multicolor al aire.

Es  tiempo de soltar toda arma en la arena y levantar la cabeza para salir por la puerta blindada del coso donde te han metido y que sin dudad se abrirá. La etapa de limpiarte de lo que te sobra y dejar sitio libre para lo que ha de llegar.Aire fresco.

 El ciclo ha de cerrarse. A pesar del clamor de las gradas y de los reclamos de quienes se quedan en el foso esperando  el momento para atacar o luchar.

Es el momento perfecto para  que me reclame a mí misma de nuevo que la elección la tengo yo. Y voy a decidir que no merece la pena porque hay cosas más importantes.


En definitiva, todo se reduce a una cosa, querer vivir o querer morir. Yo ya sé lo que quiero.